Es un sentimiento o emoción que ha sido creada en la tribu para sobrevivir como clan.

El individuo y el clan se protegían. Cada vez que un individuo deseaba irse, la culpa le hacía regresar al clan. Al pertenecer asentimos a las normas, al estatus del grupo o a una determinada relación. Este tipo de reacción en la que nos sentimos culpables prevalece en el ser humano y cada vez que ponemos en peligro el sentimiento de seguridad, o los valores o normas del clan reaparece.

En la infancia hemos sido fieles a la familia y al crecer la vida nos ofrece otras oportunidades. Al individualizarnos y/o al separarnos de la familia de origen, asumimos nuestra coherencia, valores, congruencia, destinos… y cada uno de esos elementos nos da un sentimiento de culpa que atenta contra la seguridad y la pertenencia que conocemos a la familia de origen o a otros sistemas de los que hemos ido formando parte a lo largo de nuestra historia personal.

La culpa nos lleva a la expiación, el sufrimiento y la venganza. Madurar es asumir pertenecer y las consecuencias de asentir al destino de nuestra propia existencia. Solamente si dejamos de quejarnos, o desear modificar el pasado o las cosas que fueron, llega la paz y la libertad en el seno mismo de nuestro espíritu que nos permite transcender cualquier sistema.

La paz llega de la mano de la gratitud por los aprendizajes que la existencia ha puesto en nuestra vida gracias a todo lo que ha sido como exactamente ha sido. El agradecimiento a la familia de origen es tan grande y nos ha dado la oportunidad de ser feliz en una vida propia y autónoma y así desaparece la sensación de culpa.

El agradecimiento a la vida y a la existencia es tan pleno que no hay culpa sino dicha.

En ocasiones la culpa es el resultado de una sensación por acciones acometidas que han dañado a terceros. Sin embargo, cuando hago daño a alguien y me siento culpable no miro a otra persona, solo me veo a mí mismo/a.

Por eso podemos comprender que la verdadera naturaleza de la culpa es egóica. Cuando nos hacemos cargo de nuestros límites, aceptamos nuestro proceso y emociones y comenzamos a ver al otro, desaparece el sentimiento de culpa y empieza a fluir el amor.

La culpa no solo me impide ver al otro sino que también me impide verme a mí y así no asumo mi naturaleza. El daño que hice no fue por error. Es difícil de aceptar esto, pero la visión transpersonal indica que es así. Todo esta al servicio del destino individual y colectivo si lo tomo desde el amor.

Dejo de asumir la responsabilidad como si fuera solo mía (lo cual no implica que me exima de las repercusiones de mis actos) y a su vez sé que es absolutamente necesario y forma parte del destino global más grande que yo.

Me entrego a algo más grande sin culpa, comprendiendo que el aprendizaje puede ser para mí y para los demás.

El adulto vive en el presente y asiente a todo como es con el amor más allá de la acción específica que se haya acometido. Al ponernos al servicio de la reparación, soltamos la culpa como parte de nuestra infancia que aprendemos a trascender. Este decreto o determinación no significa que exista un por qué conocido a un proceso racional lineal.

Eso es un límite que me impide alinearme con una manera de sentir nueva.

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